Duro de llevar no en el día a día, ya no. Pero hoy me ha saltado la canción en youtube. Y no puedo contener las lágrimas. Para siempre esa canción estará ligada a mi tío y a su muerte. Y no lo digo como algo malo. Es repentinamente sanador que debido a algún algoritmo yo haya roto a llorar en medio del día cuando nada hacía presagiarlo.
Es tan injusto que se fuera, tan fuera de lugar y de tiempo, que, un poco como todas las muertes, parece un tanto irreal.
Se me rompió la pulsera que llevaba desde que murió. Esas que él hacía, de nudos con hilos de colores. Y de alguna manera quise creer que era una señal suya diciéndome que ya estaba, que ya no hacía falta que la llevara más. Obviamente así es como lo interpreté, deseando que así fuera, más que creyéndolo. Y hoy, al saltar la canción, está claro que no es así. Y está bien.
No hay que tener prisa en los duelos. Recrearse no es bueno, pero huirlos tampoco.
Yo no te huyo tío. Nunca. Te recuerdo y a veces, como hoy, te lloro. Y entonces me gusta pensar que desde algún sitio nos ves, como si la gente que se muere tuviera una tribuna privilegiada desde dónde ven el mundo, aunque sólo sea por un tiempo, y pueden ver lo que hacemos y oír lo que pensamos. Y sepas que te recordamos y te queremos, aunque ya no estés. Cada uno a su manera y con sus cosas, pero todos lo hacemos. Bueno, si esa tribuna existe seguro que eso ya lo sabes.
Y si no existe, dejadme que me lleve el chasco cuando yo ya no esté... de momento prefiero imaginar que mi tío me ve triste, llorando y moqueando delante del portátil un lunes cualquiera de octubre porque a ratos las personas, los recuerdos y las ausencias son duras de llevar.